Elena Sanz. In memoriam.

Entre los socios de Mensa España se entablan relaciones que con frecuencia van más allá de gustos y capacidades. Surgen relaciones humanas, imprevisibles e imperfectas, apasionantes y a veces explosivas, aparte de nuestro supuesto denominador común: un potente intelecto. Relaciones que jalonan nuestro recorrido vital, para bien o para mal pero que, al fin y al cabo, es el nuestro, personal e irrepetible. Como en cualquier club social —y Mensa es uno de ellos— el factor humano adquiere dimensiones inconmensurables cuando hablamos de amistad, de sentimientos, de amor; en el fondo, esencia y base existencial de nuestro ser.

Por Mensa España
Publicado el 06/07/2020

Entre los socios de Mensa España se entablan relaciones que con frecuencia van más allá de gustos y capacidades. Surgen relaciones humanas, imprevisibles e imperfectas, apasionantes y a veces explosivas, aparte de nuestro supuesto denominador común: un potente intelecto. Relaciones que jalonan nuestro recorrido vital, para bien o para mal pero que, al fin y al cabo, es el nuestro, personal e irrepetible. Como en cualquier club social —y Mensa es uno de ellos— el factor humano adquiere dimensiones inconmensurables cuando hablamos de amistad, de sentimientos, de amor; en el fondo, esencia y base existencial de nuestro ser.

Pero después de un tiempo en la asociación, a cualquier asociado le llega la hora de afrontar momentos difíciles. Y uno de ellos es la desaparición de consocios por defunción, algo a lo que nunca nos acostumbraremos del todo pese a ser ley de vida, inevitable en cualquier ámbito e imposible de rehuir.

En cada actividad presencial las despedidas suelen ser sentidas y queridas, a medida que el contacto entre socios da paso a relaciones de amistad —y, en ocasiones, algo más. El contacto a través de redes sociales les ha quitado trascendencia, y en todo caso siempre nos queda el próximo encuentro; no es así cuando la despedida es definitiva, cuando en la lejanía sabes que la otra persona no volverá y ni siquiera has tenido la oportunidad de cruzar unas últimas palabras. En fin, cómo afrontar un adiós para siempre.

Aunque no sea la primera vez que un consocio desaparece siempre faltan las palabras adecuadas, obnubiladas por los punzantes sentimientos que sobrepasan cualquier argumento y razón, y la tristeza de la separación definitiva adquiere tintes de aflicción cuando alguien como Elena deja su ultimo suspiro en esta vida y pasa a vivir en le recuerdo personal de cada uno, en la memoria de los que la hemos conocido.

Elena entró en Mensa hará unos 17 años. Sus primer contacto con Mensa España fue a través del canal #mensa del chat IRC Hispano (su nick era Elsa, en alusión a la leona del filme “Nacida libre”) cuando aún no era socia. Se sentía a gusto y ello la llevó a pasar el test de acceso, como tantos otros hicimos entonces. Aún recordamos algunos cuando anunció en el chat que había pasado el test e ingresaba en la asociación. Fue el inicio de una larga travesía en la asociación, que para muchos se trocó en convivencia, afecto y amistad hasta el último día.

Más adelante dio el paso de presentarse a presidenta. Lo fue durante tres años (2013-2016), sucediendo a quien fuera la primera mujer en presidirla, Mila Espido. Cumplido un ciclo vital sus ocupaciones la llevaron por otros derroteros, especialmente colaborando con Wikimedia, y sus apariciones en Mensa España se espaciaron. Pero como socia de a pie nunca dejó de asistir a todos los eventos de la asociación allá donde se terciase. Apasionada viajera, recorrió medio mundo y nos sorprendía con su presencia allá donde fuese menester. A más de uno nos sorprendía su energía, decisión y capacidad para encontrar tiempo donde aparentemente no lo había, pero pocas cosas se le resistían cuando Elena se lo proponía.

Últimamente había pasado por sinsabores familiares de consideración. Poco después, sin buscarlo y por fatalidades del destino, ha sido ella quien ha emprendido el viaje sin retorno. El azar de la vida, una burbuja que en cualquier momento puede estallar y que ninguna ciencia, filosofía ni intelecto podrá preservar de su auténtica esencia: la brevedad y la finitud.

La despedida de Elena no puede verse sino como el punto y seguido a la entrañable presencia de una persona irrepetible, con sus virtudes y defectos, como tantas otras personas que nos modelan y nos hacen crecer con sus experiencias de vida. Su recuerdo seguirá vivo en la asociación como el de alguien que fue mucho más que altas capacidades, erudición, razón o sapiencia. El trasfondo de autenticidad que emanaba no lo proporciona ni la mente más prodigiosa ni el premio más deslumbrante. Irradiaba vitalidad y entusiasmo en cada una de sus intervenciones, nunca entraba al trapo ni discutía estérilmente, se equivocaba como el que más y rectificaba como pocos; sin aspavientos, sin rencores. Fue, simplemente, una persona tocada por la varita de las altas capacidades que tanto nos identifican sin condicionar lo básico: ser persona, ser buena amiga, imperfecta y esencial, ser ella. Ser Elena.

Lejos del ruido de las redes sociales, más allá de la actualidad cotidiana y de los vaivenes diarios de nuestra asociación, nos es difícil detenernos en el camino y observar lo esencial: que todos somos iguales ante la vida y ante la muerte. Un momento que solo se da cuando uno de nuestros compañeros de viaje deja este mundo y cuyo vacío nos revela lo que realmente importa: la breve y preciada existencia, que damos por hecha hasta que el amado compañero, a nuestro lado, deja su sitio sin avisar, cualquier día. En un suspiro. Como un soplo, vino y se fue.

Para esta difícil despedida nunca habrá suficientes palabras que definan lo bueno que la presencia de Elena nos ha legado a todos los que la hemos podido conocer. No las hay. En cierto sentido esta asociación queda huérfana, pero nunca tanto como para todos aquellos que tuvimos el privilegio de conocerla más allá del trajín asociativo cotidiano. La perdimos a ella, pero nos queda el recuerdo y las enseñanzas de una vida tan imperfecta y ejemplar, como todas. El intelecto es una cosa más, y está bien. Pero ningún tratado podrá glosar el paso de una vida en este minúsculo planeta y en este puntual momento. Solo el recuerdo de quienes la evocamos dibujará con perfección la persona que fue, la amiga que nos falta y la magia que nos lega.

 

«Nada, nada morirá jamás.

La corriente sigue su curso, el viento sopla,

la nube vuela ligera, el corazón palpita…

Nada morirá.»

 

Born free, live free. Adiós, presidenta. Adiós, Elsa.

 

Manuel García

Socio E-01029

Mensa España