Mensa, un mito sobre un mito

Allá por el año 2005 busqué información por primera vez sobre Mensa. Seguramente lo haría a raíz de haber visto de nuevo el capítulo de turno de Los Simpson.

Por Ezequiel Toledo Blasco
Publicado el 16/02/2021

Allá por el año 2005 busqué información por primera vez sobre Mensa. Seguramente lo haría a raíz de haber visto de nuevo el capítulo de turno de Los Simpson. Lo que encontré fue muy poco: una web antigua y desactualizada, alguna referencia en algún periódico online y poco más. “Qué pena que aquí esto esté muerto, porque igual me animaría a probar”, pensé.

7 años después me vino a la cabeza aquella simplona búsqueda que había hecho y repetí, con el mismo resultado. Opté por escribir a través de Facebook a algunos de los aparentes socios que pululaban en algunos grupos y solo logré que uno me respondiese. Me dijo que él era socio pero que no participaba en nada, así que no estaba al día (ni siquiera recuerdo el nombre de esa persona). Vaya, qué complicado.

Empecé a darle vueltas al tema, vi los métodos de entrada en la web y, sin pensarlo demasiado, opté por hacer el T1, nuestro test online que no sirve absolutamente para nada más que para decirte si vale la pena que pruebes con el T2 o no. ¿Por qué lo hice? Porque no tenía que ver la cara de nadie para hacerlo y, de esta manera, el potencial fracaso sería mío y solo mío. Lo hice y no fue mal, así que tanteé a un par de personas de mi entorno sobre que qué les parecería ser socio de Mensa. La respuesta vino a ser como “eso tiene pinta de ser un club de flipado que necesitan reafirmar sus egos”. Vaya… poca información, poca actividad, muchos prejuicios… Lo dejé pasar.

Y llegó 2014 y, en gran parte gracias a los ánimos de mi pareja de entonces, me lancé a hacer el test. No creáis que encontré más información ni nada, eh, que la web seguía siendo la misma y la sensación de pueblo fantasma se seguía sintiendo desde fuera. Pero me inscribí al T2 y se puso en contacto conmigo una socia, María José García, que se encargaba de realizar los test en la zona de Alicante. Acordamos vernos a los pocos días en un lugar super secreto (una de las bibliotecas de Alicante) y allí nos conocimos. Siempre me gusta contar que estuvimos 15 segundos dentro de un ascensor mientras María José pulsaba al número del piso en el que estábamos y miraba en plan “esto no funciona”. María José, una de las personas más inteligentes que conozco, me daba una bienvenida digna de genios. Y nada, hice el test y entré en Mensa.

Y al entrar ocurrió algo parecido a la tribu de los niños perdidos en Nunca Jamás, pues empezó a aparecer gente, actividad, grupos territoriales, listas de correo, grupos en redes sociales, etc. Se trataba de una asociación con una vida interior extraordinaria que se había preocupado cero en que eso se viera desde fuera. Me llamó la atención y, a la vez, me sorprendió gratamente.

En todos estos años he podido participar activamente en el grupo territorial de Alicante y también en otros grupos, conociendo a socios de toda España y de todo el mundo. Además, he tenido el honor de poder ocupar diferentes puestos de responsabilidad en esta casa y haber podido empujar un poco en la dirección del crecimiento y también de la difusión. En los últimos años hemos crecido en número y también en actividad, hemos aparecido en medios de comunicación, hemos organizado eventos divulgativos públicos, hemos potenciado nuestra actividad en RRSS y hemos transformado nuestra web pública (a nuestra parte privada le falta un buen retoque).

Pero sabéis, pese a todo ese trabajo y esfuerzo de cientos de personas que nos han hecho mejorar tanto en los últimos años, seguimos siendo opacos. La gente sigue llegando aquí sin saber qué se va a encontrar, la gente sigue descubriéndonos casi por azar. Esto ocurre, principalmente, porque “la gente” es mucha gente. Nuestra capacidad de comunicar es limitada y el público al que nos dirigimos es descomunal. Imaginad, si solo quisiésemos dirigirnos a personas con altas capacidades, estaríamos hablando ya de casi 1.000.000 persona en nuestro país. Si, además, queremos dirigirnos a entornos de personas con altas capacidades, a docentes, a psicólogos o a cualquier persona a la que le pueda interesar qué somos y qué hacemos, el número se dispara.

Pero claro, ¿qué somos y qué hacemos? En gran parte, somos un mito. Un mito de un segundo mito que es ese concepto de superdotación. Históricamente, los nombres que han trascendido en nuestra sociedad han sido de hombres y, en menor lugar por lo obvio, mujeres que han hecho grandes cosas (buenas o malas). Sobre estas figuras se ha podido desarrollar a menudo esa idea de gran inteligencia y se ha ido creando, por un fallo lógico, ese tándem de que las personas inteligentes hacen grandes cosas. Pero claro, la ficción no nos ha ayudado a suavizar esa idea, sino todo lo contrario. La superdotación en la ficción ha sido una suerte de superpoderes casi fantásticos que permitían al personaje en cuestión realizar proezas inimaginables, amén de acompañarle una serie de rarezas más o menos divertidas, claro. Y ya, si añadimos la actividad periodística, que bien podría estar metida en el grupo de la ficción, ni hablemos.

La inteligencia, como buen elemento no tangible, se estudia de una manera inferencial, y eso lleva a que, a lo largo de los años, se hayan establecido diferentes definiciones y posturas al respecto. A día de hoy seguimos viendo diferencias de posturas, pero me atrevería a decir que estas diferencias tienen más que ver con la capitalización que pueda hacer alguien de su discurso que con diferencias de criterio técnico entre profesionales de la psicología. Dicho esto y de una manera simple, podríamos hablar de que la inteligencia engloba la capacidad de aprender de la experiencia, resolver problemas y utilizar el conocimiento adquirido para adaptarse a situaciones nuevas. Y hablamos de superdotación o alta capacidad cuando, midiendo esa capacidad (sin entrar a hablar sobre los sistemas de medida), el resultado del individuo se sitúa en un percentil 98. Ojo, estamos diciendo que el 2% de la población, por definición, es superdotada. Si todos los superdotados son Sheldon Cooper y Albert Einstein,

¿dónde están? Pues claro, amigos, es un mito.

¿Y por qué me atrevo a decir también que Mensa es un mito? Porque ¿qué puede pretender y hacer una organización compuesta por supergenios con superhabilidades? ¿Y si a eso le añadimos que somos bastante opacos en nuestra comunicación? Aquí hay tantas versiones como películas nos queramos montar: resolvemos problemas científicos continuamente, controlamos empresas, presionamos a gobiernos, traficamos con fármacos experimentales, ayudamos a cuerpos de seguridad a atrapar a villanos muy inteligentes, etc.

Pues no, somos un grupo de gente con solo dos características en común. La primera es que hemos acreditado un percentil 98 o superior con alguno de los métodos válidos. La segunda es que hemos querido acreditarlo y entrar en una asociación como Mensa. Lo demás es, con suerte, correlacional. Por poner algunos ejemplos, hay más hombres que mujeres en Mensa, hay más gente de ciencias que de letras o hay bastante gente con un humor ácido. Y esto ni de lejos tiene por qué estar relacionado con ese percentil acreditado, pues hay otros muchos factores que entran en juego.

Digo esto porque quiero contaros que, de vez en cuando, aparece un nuevo socio (de los cientos que entran) que se siente decepcionado por lo que es Mensa y decide darnos a todos un discurso sobre lo que Mensa debería ser. Y no, Mensa no debería ser nada. Mensa tiene

tres objetivos fundacionales marcados que pueden cumplirse de infinidad de formas y se cumplen, de hecho, en la dimensión y forma que sus socios deciden y promueven. Ni más, ni menos.

Por ir concluyendo, sí que puedo decir que para mí Mensa ha supuesto un antes y un después, una ventana a conocer a personas realmente interesantes, un campo donde crecer y aprender, una fuente clara de ocio y también de actividades, contenidos y recomendaciones culturales, un lugar que me ha aportado y al que he aportado. No importa que no fuera lo que yo pensaba, lo que importa es que probé y me gustó. ¿Y quizá había un cierto miedo también a hacer el test en cuestión? Pues sí, pero al final del día, independientemente del resultado que salga en ese test, uno sigue siendo la misma persona que era antes de hacerlo, para bien o para mal.

Así que, si tienes dudas, te animo a probar. Te animo a hacerlo con una mentalidad abierta a encontrarte cosas que no te esperas, a que esos mitos que habían calado en ti se destruyan. A toparte con personas muy afines a ti y, también, a personas terriblemente opuestas a ti. Y quizá, también a conocerte un poco más a ti mismo.

Y bueno, si esto no es lo tuyo, la puerta para irte siempre estará abierta.  

¡Nos vemos!

 

Ezequiel Toledo Blasco
Socio de Mensa España